cuatro etapas:
etapa de juventud
hasta 1960
montes
1960-1972/73
árboles, toradas y raíces
1972-1977
naturalezas muertas
1978-1993
Introducción a la obra
Para Alejandro González Pascual, ser pintor fue su vocación, en un sentido casi religioso, como parte esencial del ser revelada desde la infancia, y fue también su conquista, a pesar de los tiempos, de las circunstancias personales y a pesar de la incomprensión muchas veces. La pasión por la pintura le impulsó a una investigación constante y a una autoexigencia que le llevó a una entrega total. De aquí se derivan muchos de los rasgos más destacados de su pintura: autenticidad, sinceridad, seriedad. La voluntad de honradez frente a sí mismo, frente al oficio, frente al público, le impuso también la renuncia a todo lo superfluo. En toda su obra prima la economía de medios, la sobriedad compositiva, la austeridad de concepto y una paleta reducidísima pero brillante por su limpieza.
Nada hay en toda su pintura de narrativo, de lógica literaria, de explicación de la pintura. Insinúa más que dice, evitando siempre el mensaje obvio. Y quizás para eludir la literatura limitó la figura al retrato, prescindiendo de las escenas (a excepción de algunos dibujos) y optó por los fondos neutros, desprovistos de adornos y atributos. Sus temas obedecieron siempre a su búsqueda individual más profunda y sus planteamientos más metafísicos, dentro de una voluntad de contemporaneidad y universalidad no reñidas con un profundo "galaicismo".
Otro aspecto fundamental es la reiteración obsesiva de los temas, que en algunos casos abandona en un momento dado, pero que en otros repite una y otra vez, llegando a constituir series. "No podemos hablar de obras, sino de una obra que se totaliza en un número determinado de cuadros", dice (La Voz de Galicia, 25.10.74). En realidad, cada tema le sirve de pretexto para plantearse “problemas”, profundizar en un asunto y desarrollar soluciones a lo largo de varios cuadros, como medio de investigación pictórica pero también para penetrar en ellos, maravillarse ante ellos. De hecho, todos sus planteamientos parten de una intensa emoción personal, de una pasión -no sólo de una emoción estética-, cimentada en la experiencia y la reflexión.
Indudablemente, toda su experiencia pictórica estuvo marcada también por el entorno exterior. Ya hemos comentado lo que significó para su formación vivir la adolescencia y la juventud en plena posguerra, en qué medida tuvo que desafiar las circunstancias que le rodeaban para llegar a ser pintor, hacerse un espacio como tal y llevar adelante un proyecto innovador. Ahora bien, después de años de silencio, y con la llegada de la transición, que propició el retorno de la generación en el exilio y el surgimiento de muchos valores jóvenes, esta generación del medio, que había realizado un gran esfuerzo renovador, quedó en cierto modo desamparada, y vio cómo se concedían los reconocimientos a los primeros y los apoyos y las ayudas a los segundos, produciéndose un agravio comparativo debido sin duda a una cuestión de oportunidad histórica.
El otro aspecto que condicionó decididamente su trayectoria fue la vida que eligió llevar. En efecto, la declinación de todo arribismo y la vivencia de la pintura más como experiencia personal que como carrera social fueron dos aspectos determinantes. A esto hay que sumar la preferencia por la vida familiar, por su refugio de Mera, por el monte, por andar la ribera del río los días de lluvia o de sol. “Salgo al monte muy temprano y abrigado en invierno… Voy pisando la hierba y los trozos de corteza que se desprenden de los árboles y camino entre éstos hasta que regreso a casa y me pongo a pintar. Por eso no es extraño que pinte esto”(Faro de Vigo, 30.12.75).
A partir de 1963 pintó siempre en el mismo estudio, una habitación en su propia vivienda, en la que acumulaba cuncas, copas de cristal, cacharros de barro, y todo tipo de objetos para construir sus naturalezas muertas. Fue, sin duda, un lugar al que se sintió profundamente apegado. Y fue prolongación de la vivienda y la vida familiar, y ésta del estudio y la pintura, lo que le permitió entrar y salir de uno y otro ámbitos hasta llegar a fusionarlos en un único universo.
Al desplegar su trayectoria de forma diacrónica, observamos en seguida que de forma paulatina, casi imperceptible, la pintura de Alejandro González Pascual se va deslizando de la sombra a la luz. Desde los montes surgidos de las sombras, como creados por ellas, a los últimos bodegones en que los objetos aparecen bañados por la luz y son luz en sí mismos, se produce una progresiva clarificación de la gama. Los negros y azules profundos de los montes ceden primero ante los verdes, ocres y rosas de los árboles y después ante la infinita gama de grises y blancos que trabaja al final.
Desde los volúmenes de los montes, tectónicos y matéricos, hasta las atmósferas evanescentes de la última época, se produce también un paso de lo material a lo intangible que tiene entre otras estaciones la suave densidad de los paños o la frágil transparencia de los cristales. Este cambio de planteamiento va acompañado, en el plano técnico, de un adelgazamiento progresivo de la pintura, que parece querer liberarse de su condición material y hacerse incorpórea.
Hemos hablado ya del paso de la naturaleza el objeto, y se puede ver asimismo un recorrido desde la naturaleza a la historia, considerada ésta última como historia interior, cotidiana; otro movimiento nos llevaría de lo épico a lo lírico, tomando como punto de partida la visión cosmogónica de los montes y como punto de llegada la concepción intimista de los bodegones.
Pero quizás, lo más consciente sea un proceso de progresiva simplificación y economía, y ello en todos los ámbitos: no sólo en cuanto a los medios, sino también por lo que se refiere al enfoque, con planteamientos cada vez menos pretenciosos, hasta llegar a dos pequeñas peras elementales, traslúcidas, de tamaño natural, en un cuadrito de formato íntimo, reducido.
Alejandro González Pascual fue un pintor de vocación plena, y siempre permaneció inalterable su amor por la pintura, que desde muy niño fue ya la pasión de su vida. Fue un artista vivencial en el sentido de que no estableció ninguna disociación entre su existir y su vocación; una forma de vivir la pintura que difícilmente puede darse ahora en el mundo del arte.
Sorprende que una expresión tan refinada y sutil, tan rica en matices, aparezca aliada a una rotundidad de concepto tal que parece negar cualquier sombra de vacilación o de escepticismo. Cada una de sus obras ofrece una visión, no sólo una visión del mundo, sino una idea.
Fue llamado pintor-poeta, pero hay que huir de cualquier idea de un lirismo sentimental. Lo que hay en González Pascual es una concepción de la luz, del tiempo y de la atmósfera que parecen provenir no sólo de su talento como pintor, sino de un don espiritual verdaderamente trascendente.
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Al abordar la obra realizada por Alejandro G. Pascual en 40 años de pintura, destacan inmediatamente algunas etapas como la de los montes, los paños, las manzanas, etc. como conjuntos aislados, definidos, como si el pintor hubiera dado una serie de saltos a lo largo de su trayectoria. Sin embargo, nada de brusco hay en su evolución, que, bien entendida, traza un recorrido sin cortes ni saltos, siendo cada paso una necesidad generada por el anterior.
Temática, técnica y concepto evolucionan paulatinamente adecuándose al espíritu del pintor, a sus inquietudes, a su evolución personal, fruto de una profunda reflexión y no del impulso pasajero. En etapas que podríamos calificar artificialmente de "transición" vemos cómo se va fraguando el hallazgo, el descubrimiento que desarrollará en momentos quizás más serenos, y comprendemos el porqué de unas manzanas o de unos montes.
Y quizás esta evolución pueda observarse con tanta nitidez porque, como se verá más adelante, todas las influencias de escuelas y maestros se concentran en su primera etapa, para a partir de ahí seguir un camino estrictamente personal, vocacional, y ajeno a modas y movimientos. Se configura así un contínuum que, sólo para facilitar la exposición, nos atreveremos a "cortar" en cuatro etapas: juventud (hasta 1960), montes (hasta 1972-73), bosques, árboles, toradas y raíces (hasta 1978) y naturalezas muertas.
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