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1972-1977

bosques, árboles, toradas y raíces

Ancla 1

En el período transcurrido de 1972/73-77 González Pascual va a desarrollar una gran actividad creativa y expositiva. Además, en 1975 deja el negocio familiar para dedicarse a la pintura, lo que representa un gran cambio en su vida. Las exposiciones se multiplican en La Coruña, Santiago y Vigo, así como en Barcelona, Gijón y Santander. Hay que destacar, sin embargo, las muestras presentadas en salas de nueva creación, como Ceibe (La Coruña), Grido y Torques (Santiago), que claramente apostaban por un arte gallego auténtico y libre de convencionalismos.

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En cuanto a la temática, tratará sucesivamente los bosques, los árboles, las toradas (troncos cortados) y  las raíces. Es decir, el árbol, el elemento más ascético del paisaje, en todas sus formas, y las líneas rectas por oposición a las curvas anteriores.

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La etapa se inicia con los bosques: la mirada, que había empezado a identificar los árboles poblando el monte, se acerca ahora y penetra entre ellos para mostrarnos misteriosas selvas de columnas inextricables, como grandes telones reacios a la penetración, en los que a duras penas se abre paso un regato, un camino, un pequeño claro. Pensamos en obras como “A Caldeira” (1973), “Árboles” (1974) o “Monte de Luaces” (1974).

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Ocupan después los árboles un primerísimo plano, mostrándose al alcance de la mano, como para ser tocados, inaugurando un nuevo mundo de sensaciones táctiles y calidades epidérmicas. El concepto no es ya el del paisaje, sino el de la figura, muy próximo al retrato. En “Castiñeiro” (1976), la piel del tronco ocupa toda el área central del cuadro, como un gran rectángulo sin adorno, en una arriesgadísima composición. Y al individualizarlos, surge espontánea en el pintor cierta humanización, con un claro exponente en "Arbres" (1975), dos eucaliptos que se funden en amoroso abrazo. Pudiera rastrearse aquí algo del animismo céltico que daba vida a los árboles y las fuentes, o simplemente un lirismo que humaniza los elementos de la naturaleza circundante.

Y en esta progresión de lo salvaje a lo racional, aparecen las pilas de árboles talados, las "toradas", en las que se intensifica la fuerza dramática; son ya naturaleza muerta, domada por el hombre: de los troncos enhiestos de los árboles vivos pasa el pintor a los troncos talados, que anuncian ya el bodegón. De hecho, lo que se plantea, en última instancia, son problemas de formas; los temas son sólo pretextos (“Yo diría que el pintor está dominado por la forma”, El Ideal Gallego 16.11.78). En “Torada” (1976), parece que estemos asistiendo al proceso vivo de búsqueda de la horizontal como resultado de un ajuste de múltiples tensiones compositivas.

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Siguiendo con este movimiento temático y formal, llegamos al tronco hecho bodegón, cortado, llevado al interior y depositado sobre un mueble, como improvisada ara. En "A morte do arbre" (1977), un tronco de eucalipto agoniza mansamente sobre una mesa; surge fácilmente el juego de palabras entre naturaleza muerta y naturaleza muriéndose. Él mismo, consciente de ello, declara: "Se puede decir que el paisaje lo he reducido a bodegón. Es el bodegón del paisaje" (El Ideal Gallego, 16.11.78).

Y, por último, como final necesario e ineludible: las raíces, nudosas, desgastadas por el río, oscuras y misteriosas como esculturas pintadas. Son el último estadio de una metamorfosis que va desde el árbol vivo a su postrer despojo, el punto culminante de su progresión dramática.

Técnicamente nos encontramos con un pintor más sereno, más metódico, que empasta más la materia, que disfruta obteniendo calidades y matices, que no disimula su amor a la pintura. La gama cromática se incrementa con una amplia variedad de grises -que de ahora en adelante serán determinantes-, y los rosas, azules y ocres luminosos con que trabaja las cortezas de los eucaliptos: esas cortezas rosadas, plateadas, que trata casi como si fueran una "piel", que humanizan los árboles. Los fondos son oscuros, indefinidos, y la luz, intensa y dirigida: el resultado es una atmósfera de una gran carga dramática. Todo ello: iluminación, fondos, gama… se pone al servicio de la densidad de expresión ("Mi pintura es premeditadamente baja para crear un clima más denso", La Voz de galicia, 25.10.74).

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En el desarrollo de esta secuencia, el enfoque se va acortando para presentarnos realidades cada vez más próximas: de las grandes masas imprecisas de los montes al primer plano de los árboles, toradas y raíces, y con ello se modifica también la perspectiva. La mirada baja desde los picados con que contemplaba los montes a un plano más a la escala del hombre, deteniéndose en el descubrimiento de calidades, penetrando en la penumbra del bosque para descubrir la vida quieta y misteriosa que se oculta en su interior.

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Esta evolución puede leerse también como un movimiento del exterior al interior, en dos fases: del exterior del bosque (montes) a su interior (árboles, toradas, raíces) y del interior del bosque a los interiores domésticos (troncos-bodegón y bodegones). Poco a poco, los árboles son sacados del bosque para ser depositados sobre superficies y muebles. Al mismo tiempo, dejan de estar enhiestos y vivos en el bosque para morir pudriéndose en la tierra, o talados formando toradas horizontales. De ser paisaje vivo y salvaje van convirtiéndose en naturaleza muerta, domada, bodegón; del árbol-naturaleza al árbol-objeto. En los troncos sobre las mesas se queda patente que el pintor necesita evolucionar hacia el bodegón pero se resiste a abandonar la naturaleza. Su interés todavía no se ha desplazado por completo al objeto.

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Sin embargo, algo que será ya definitivo es el abandono paulatino del gran tema-macrocosmos y el creciente interés por explorar microcosmos y buscar temas más humildes, íntimos y reveladores del autor.

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Formalmente, las grandes curvas de los montes dan paso al juego de verticales de los bosques. Después, quedan sólo las columnas, desaparecen las copas, y la verticalidad es total. Con las toradas, llegan las horizontales. Y todo este afán estructurador y constructivo traduce un esfuerzo más profundo de conocimiento y domesticación de lo salvaje, de lo desconocido, tendente a crear un cosmos a partir del caos.

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A pesar del enriquecimiento cromático, la austeridad sin concesiones, los fondos oscuros y la renuncia a todo adorno hacen que su pintura siga siendo minoritaria, del entendimiento de muy pocos.

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